Judío, comunista, keynesiano. La insólita vida del economista americano Harry Dexter White.

Por Oscar Giménez, El Confidencial.
Rusia es el primer ejemplo activo de economía socialista. ¡Y funciona!”. La cita es de los años 40, y bien la pudo escribir cualquier intelectual próximo al marxismo, pero lo hizo el principal artífice de los acuerdos de Bretton Woods. Es decir, el padre de la infraestructura internacional del capitalismo moderno que se creó tras la Segunda Guerra Mundial.Se trata de Harry Dexter White (9 de octubre de 1892 en Boston-16 de agosto de 1948), de cuyo fallecimiento por ataque al corazón se cumple aniversarios. Fue un alto funcionario del Tesoro estadounidense entre 1934 y 1945, antes de incorporarse al Fondo Monetario Internacional (FMI) que se creó según quiso, después de ganar la batalla intelectual al célebre economista británico John Maynard Keynes (1883-1946), gracias a la mayor posición negociadora de Estados Unidos que Reino Unido.
Rusia es el primer ejemplo activo de economía socialista. ¡Y funciona!”. La cita es de los años 40, y bien la pudo escribir cualquier intelectual próximo al marxismo, pero lo hizo el principal artífice de los acuerdos de Bretton Woods. Es decir, el padre de la infraestructura internacional del capitalismo moderno que se creó tras la Segunda Guerra Mundial.Se trata de Harry Dexter White (9 de octubre de 1892 en Boston-16 de agosto de 1948), de cuyo fallecimiento por ataque al corazón se cumple aniversarios. Fue un alto funcionario del Tesoro estadounidense entre 1934 y 1945, antes de incorporarse al Fondo Monetario Internacional (FMI) que se creó según quiso, después de ganar la batalla intelectual al célebre economista británico John Maynard Keynes (1883-1946), gracias a la mayor posición negociadora de Estados Unidos que Reino Unido.
De hecho, White iba a ser el primer director gerente del FMI, pero las sospechas de que era un colaborador e informante de la URSS se dispararon hasta tal punto que la Casa Blanca decidió renunciar a tener un estadounidense en este cargo, algo que se mantiene siete décadas después. Por esta razón el puesto es para un europeo, que desde 2011 ocupa la francesa Christine Lagarde después de sustituir a Dominique Strauss-Khan.
White, hijo de un matrimonio judío que emigró desde Lituania a Massachusetts, destacó en su etapa universitaria de forma tardía, ya que la inició con 30 años y se doctoró en economía en Harvard con 38 años. Aunque tarde, su periodo académico fue destacado. Su disertación doctoral, sobre la balanza de pagos de Francia entre 1880 y 1913, le valió el premio David A. Wells, elaborado bajo la supervisión del respetado economista Frank Taussig, según explica el economista y escritor Benn Steil en su libro ‘La Batalla de Bretton Woods’, centrado en el propio White y en Keynes, destacando la capacidad del primero y siendo crítico con el segundo, y en cómo sus acercamientos y enfrentamientos intelectuales determinaron el nuevo orden económico mundial.
Evitar el daño del proteccionismoSu tesis doctoral marcó su camino profesional, centrado en las balanzas de pagos y la búsqueda de caminos para reducir los obstáculos al comercio internacional, elementos que todavía hoy, 70 años después, merecen atención. White, Keynes y otros economistas de la época venían de ver cómo la economía entraba en barrena en los años 30 tras el ‘crash’ del 29, una década en la que se disparó el proteccionismo, las guerras de divisas y los recelos económicos que contribuyeron a alargar la crisis y llevar al mundo al desastre de la Segunda Guerra Mundial a partir de 1939.
Para aquel momento, White ya era un respetado burócrata en Washington. Su oportunidad le llegó en 1934 cuando Jacob Viner, profesor en la Universidad de Chicago que dio clases e inspiró a Milton Friedman, le invitó a desplazarse a Washington para ayudarle en un estudio. Viner era un economista con ideas antagónicas a Keynes, lo que contribuyó a la relación cambiante entre ambos, ya que White mostró a menudo admiración por el economista británico, con el que se carteó, y también hubo momentos de desprecio y encontronazos intelectuales agresivos entre ambos.
White mostró su capacidad en el trabajo sobre “la legislación e instituciones monetarias y bancarias [...] con vistas a planificar un programa legislativo a largo plazo para la Administración”, escribe Steil. De esta forma White entró en contacto con el Tesoro, donde Viner era asesor del secretario, Henry Morgenthau.
White, hijo de un matrimonio judío que emigró desde Lituania a Massachusetts, destacó en su etapa universitaria de forma tardía, ya que la inició con 30 años y se doctoró en economía en Harvard con 38 años. Aunque tarde, su periodo académico fue destacado. Su disertación doctoral, sobre la balanza de pagos de Francia entre 1880 y 1913, le valió el premio David A. Wells, elaborado bajo la supervisión del respetado economista Frank Taussig, según explica el economista y escritor Benn Steil en su libro ‘La Batalla de Bretton Woods’, centrado en el propio White y en Keynes, destacando la capacidad del primero y siendo crítico con el segundo, y en cómo sus acercamientos y enfrentamientos intelectuales determinaron el nuevo orden económico mundial.
Evitar el daño del proteccionismoSu tesis doctoral marcó su camino profesional, centrado en las balanzas de pagos y la búsqueda de caminos para reducir los obstáculos al comercio internacional, elementos que todavía hoy, 70 años después, merecen atención. White, Keynes y otros economistas de la época venían de ver cómo la economía entraba en barrena en los años 30 tras el ‘crash’ del 29, una década en la que se disparó el proteccionismo, las guerras de divisas y los recelos económicos que contribuyeron a alargar la crisis y llevar al mundo al desastre de la Segunda Guerra Mundial a partir de 1939.
Para aquel momento, White ya era un respetado burócrata en Washington. Su oportunidad le llegó en 1934 cuando Jacob Viner, profesor en la Universidad de Chicago que dio clases e inspiró a Milton Friedman, le invitó a desplazarse a Washington para ayudarle en un estudio. Viner era un economista con ideas antagónicas a Keynes, lo que contribuyó a la relación cambiante entre ambos, ya que White mostró a menudo admiración por el economista británico, con el que se carteó, y también hubo momentos de desprecio y encontronazos intelectuales agresivos entre ambos.
White mostró su capacidad en el trabajo sobre “la legislación e instituciones monetarias y bancarias [...] con vistas a planificar un programa legislativo a largo plazo para la Administración”, escribe Steil. De esta forma White entró en contacto con el Tesoro, donde Viner era asesor del secretario, Henry Morgenthau.
El trabajo ya mostró una visión pesimista sobre la situación económica internacional, porque consideraba que la rivalidad política de las naciones era creciente y, a la par, desestabilizadora para la economía global. White siempre estuvo obsesionado con la búsqueda de una infraestructura que impidiera repetir las guerras comerciales de los años 30, algo que suena muy actual. Lo curioso es que en su desarrollo profesional, con importancia creciente en el Tesoro, no hubo acercamientos a posturas socialistas, como sí en privado según los registros del FBI de John Edgar Hoover, obsesionado por encontrar comunistas en Estados Unidos.
White sí tenía simpatía por la planificación económica de Moscú. “No hay duda de que Harry se sentía muy próximo a los rusos”, señaló décadas después el economista Edward Bernstein, al que White contrató para el Tesoro, según recoge el libro del hijo de Henry Morgenthau (1991) sobre la importancia de su padre y su abuelo en el aparato gubernamental de la primera mitad del siglo XX.
Durante la Segunda Guerra Mundial el Tesoro tenía una posición de mucho poder en la Administración de Franklin D. Roosevelt. Ahora se circunscribe a la política fiscal, que ha tenido menor importancia que la política monetaria de la Reserva Federal (Fed) en la última década. Pero entonces el secretario, Morgenthau, tenía un enfrentamiento con la secretaría de Estado en el que salía victorioso por su proximidad a Roosevelt, ya que era uno de sus principales asesores.
Así, el Tesoro dirigía la política económica, pero en aquel momento lo más importante era drenar recursos para los esfuerzos bélicos y los acuerdos de financiación con Reino Unido, con lo que las directrices económicas y exteriores se tocaban hasta tal punto de que el Tesoro era la institución más influyente en ello. Morgenthau tenía un perfil muy político y en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial dejó los asuntos más técnicos a White, tras un ascenso meteórico, que llegó a ser una especie de ministro de finanzas en la sombra.
Predominio del dólarEn 1944, pese a las batallas cruentas en Europa tras el desembarco de Normandía y en los avances hacia Berlín de la URSS por el Este, a uno y otro lado del Atlántico se empezó a pensar en tender puentes entre países para la cooperación internacional. Y no solo con la ONU, sino también a nivel económico. Dos economistas llevaban tiempo trabajando en ello: el prestigioso, escuchado, admirado y criticado Keynes, muy influyente tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos, y el todavía desconocido Harry Dexter White.
El desarrollo de la idea de Keynes culminó en la propuesta británica de Unión de Compensación Internacional, que anunciaron durante meses a ‘bombo y platillo’, lo que acabó siendo contraproducente en términos políticos tras Bretton Woods, ya que Keynes y el ministro de Exteriores Lord Halifax tuvieron que explicar al Parlamento británico por qué la idea aprobada finalmente en 1946 estaba lejos de sus premisas y suponía el fin de la posición dominante en el comercio mundial de Gran Bretaña a través de sus colonias.
White sí tenía simpatía por la planificación económica de Moscú. “No hay duda de que Harry se sentía muy próximo a los rusos”, señaló décadas después el economista Edward Bernstein, al que White contrató para el Tesoro, según recoge el libro del hijo de Henry Morgenthau (1991) sobre la importancia de su padre y su abuelo en el aparato gubernamental de la primera mitad del siglo XX.
Durante la Segunda Guerra Mundial el Tesoro tenía una posición de mucho poder en la Administración de Franklin D. Roosevelt. Ahora se circunscribe a la política fiscal, que ha tenido menor importancia que la política monetaria de la Reserva Federal (Fed) en la última década. Pero entonces el secretario, Morgenthau, tenía un enfrentamiento con la secretaría de Estado en el que salía victorioso por su proximidad a Roosevelt, ya que era uno de sus principales asesores.
Así, el Tesoro dirigía la política económica, pero en aquel momento lo más importante era drenar recursos para los esfuerzos bélicos y los acuerdos de financiación con Reino Unido, con lo que las directrices económicas y exteriores se tocaban hasta tal punto de que el Tesoro era la institución más influyente en ello. Morgenthau tenía un perfil muy político y en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial dejó los asuntos más técnicos a White, tras un ascenso meteórico, que llegó a ser una especie de ministro de finanzas en la sombra.
Predominio del dólarEn 1944, pese a las batallas cruentas en Europa tras el desembarco de Normandía y en los avances hacia Berlín de la URSS por el Este, a uno y otro lado del Atlántico se empezó a pensar en tender puentes entre países para la cooperación internacional. Y no solo con la ONU, sino también a nivel económico. Dos economistas llevaban tiempo trabajando en ello: el prestigioso, escuchado, admirado y criticado Keynes, muy influyente tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos, y el todavía desconocido Harry Dexter White.
El desarrollo de la idea de Keynes culminó en la propuesta británica de Unión de Compensación Internacional, que anunciaron durante meses a ‘bombo y platillo’, lo que acabó siendo contraproducente en términos políticos tras Bretton Woods, ya que Keynes y el ministro de Exteriores Lord Halifax tuvieron que explicar al Parlamento británico por qué la idea aprobada finalmente en 1946 estaba lejos de sus premisas y suponía el fin de la posición dominante en el comercio mundial de Gran Bretaña a través de sus colonias.
La Unión de Compensación Internacional habría sido una institución en la que participarían todos los países del mundo, no solo los de la ONU, buscando estabilizar los tipos de cambio a través de ayudas a países en problemas, dejando cierto margen para que los estados intervinieran en sus divisas. El eje central era la creación del bancor, una moneda internacional para las transacciones de los países con el fondo, y que tendría un valor fijado con el oro.
El patrón oro volvió a instaurarse tras la Segunda Guerra Mundial, aunque con el trasfondo de convertir al dólar en la moneda de referencia internacional, ya que en la propuesta ganadora de Estados Unidos el dólar hace las veces del bancor keynesiano. Su artífice, White, quería que un fondo tuviera capacidad de dar créditos a países en problemas para evitar devaluaciones, y que el sistema se articularía en torno al valor del oro con convertibilidad fija respecto al dólar. Y así fue. Un burócrata que el FBI consideró comunista realizó la mayor aportación para el predominio financiero global de Estados Unidos. La creación del Banco Mundial, menos importante para Washington, es lo que quedó de la idea keynesiana.
El patrón oro volvió a instaurarse tras la Segunda Guerra Mundial, aunque con el trasfondo de convertir al dólar en la moneda de referencia internacional, ya que en la propuesta ganadora de Estados Unidos el dólar hace las veces del bancor keynesiano. Su artífice, White, quería que un fondo tuviera capacidad de dar créditos a países en problemas para evitar devaluaciones, y que el sistema se articularía en torno al valor del oro con convertibilidad fija respecto al dólar. Y así fue. Un burócrata que el FBI consideró comunista realizó la mayor aportación para el predominio financiero global de Estados Unidos. La creación del Banco Mundial, menos importante para Washington, es lo que quedó de la idea keynesiana.
La batalla entre Keynes y White o entre Gran Bretaña y Estados Unidos no se dirimió por aspectos técnicos, sino simplemente porque la guerra había convertido a la primera potencia en el mayor deudor de la historia y a la segunda en su principal acreedor. La preocupación del Gobierno de Winston Churchill era seguir recibiendo créditos desde Estados Unidos con la Ley de Préstamo y Arriendo para financiar la guerra y sentar las bases de la recuperación de una economía asolada por los esfuerzos bélicos. Aunque aceptar la convertibilidad del dólar fue un despiste británico tras meses de negociaciones, en las que Keynes mostró su capacidad de humillar intelectualmente al rival, describe Steel, que cita al banquero estadounidense Russell Leffingwell: “Sin duda, es un hombre brillante, pero es demasiado brillante para resultar persuasivo”.
Keynes quería que la convertibilidad fuese de reservas de divisas, aceptando que ya no sería la libra esterlina como en el pasado pero sin el predominio del dólar, mientras que White quería que fuese el ‘billete verde’. Así lo reflejó el texto final, algo que los británicos se dieron cuenta solo de vuelta a sus islas, según relata el libro ‘La batalla de Bretton Woods’. En cualquier caso, Londres aceptó la preponderancia norteamericana a cambio de financiación, y no acabó de pagar su deuda hasta 2006 bajo el mandato como primer ministro de Tony Blair.
Keynes quería que la convertibilidad fuese de reservas de divisas, aceptando que ya no sería la libra esterlina como en el pasado pero sin el predominio del dólar, mientras que White quería que fuese el ‘billete verde’. Así lo reflejó el texto final, algo que los británicos se dieron cuenta solo de vuelta a sus islas, según relata el libro ‘La batalla de Bretton Woods’. En cualquier caso, Londres aceptó la preponderancia norteamericana a cambio de financiación, y no acabó de pagar su deuda hasta 2006 bajo el mandato como primer ministro de Tony Blair.
Las conversaciones entre países que se dieron lugar en 1944 en New Hampshire fueron políticas. Cada país negociaba para minimizar el coste de participar en las nuevas instituciones y maximizar lo que podían sacar de ellas, dejando de lado los aspectos técnicos a un comité dirigido por White para el FMI y otro por Keynes para el Banco Mundial. Especialmente sangrante fue el caso de la URSS, después de conseguir concesiones de Morgenthau para su participación y, sin embargo, se retiraron antes de firmar y adherirse cuando sus representantes ya estaban de vuelta a Moscú y todo acordado.
Esto se produjo pese al ‘regalo’ de White a la URSS, que no sale entre las acusaciones del FBI. Cuando las tropas aliadas entraron por Oeste y Este a Alemania, White defendió que los rusos deberían tener capacidad de impresión de moneda como Estados Unidos o Gran Bretaña para costear sus necesidades y hacer circular dinero en el territorio ocupado, así que se enviaron planchas al ejército soviético. Steel explica que los soviéticos emitieron más de 78.000 millones de marcos que acabaron siendo recuperados por Estados Unidos a un tipo de cambio fijo aprobado por White, lo que supuso una transferencia desde el Tesoro norteamericano de entre 300 y 500 millones de dólares de la época, o más de 30.000 millones de dólares actuales.
Esto se produjo pese al ‘regalo’ de White a la URSS, que no sale entre las acusaciones del FBI. Cuando las tropas aliadas entraron por Oeste y Este a Alemania, White defendió que los rusos deberían tener capacidad de impresión de moneda como Estados Unidos o Gran Bretaña para costear sus necesidades y hacer circular dinero en el territorio ocupado, así que se enviaron planchas al ejército soviético. Steel explica que los soviéticos emitieron más de 78.000 millones de marcos que acabaron siendo recuperados por Estados Unidos a un tipo de cambio fijo aprobado por White, lo que supuso una transferencia desde el Tesoro norteamericano de entre 300 y 500 millones de dólares de la época, o más de 30.000 millones de dólares actuales.
En cualquier caso, White dirigió la creación de la infraestructura del capitalismo moderno, así como el acuerdo para crear el FMI. Fue el primer representante estadounidense en el fondo y lo lógico es que hubiera sido su primer director gerente, como propuso Harry S. Truman, que sustituyó a Roosevelt en la Casa Blanca tras el fallecimiento de este. Pero Hoover ya tenía información de “treinta fuentes distintas” sobre su relación con Moscú, entre ellas dos exagentes soviéticos y un excorreo que colaboraron con el FBI, con lo que redactó un informe que envió al presidente para frenar su nombramiento. En él se describe que sustraía información “valiosa” del Tesoro para hacérsela llegar a la URSS a través del economista de origen ruso Gregory Silvermaster, que trabajaba en la Administración de Seguridad Agropecuaria, y el agente soviético Jacob Golos. También que habría colaborado en la promoción de colaboradores comunistas para puestos clave del sector público.
La relación de White con Moscú parece evidente, aunque no se han encontrado razones económicas y en su argumentario político o económico tampoco hay motivos suficientes, por más que tuviera simpatías hacia la economía socialista. En cualquier caso, información desclasificada en 1995 por la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense mostró telegramas interceptados entre 1944 y 1946 de la URSS que hablaban de una persona clave para obtener información de la Administración a la que se referían como Richard, el jurista o el abogado, nombres claves para Harry Dexter White.
La relación de White con Moscú parece evidente, aunque no se han encontrado razones económicas y en su argumentario político o económico tampoco hay motivos suficientes, por más que tuviera simpatías hacia la economía socialista. En cualquier caso, información desclasificada en 1995 por la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense mostró telegramas interceptados entre 1944 y 1946 de la URSS que hablaban de una persona clave para obtener información de la Administración a la que se referían como Richard, el jurista o el abogado, nombres claves para Harry Dexter White.
El senado ya había aprobado la nominación de White, y Estados Unidos no quería mostrar al mundo su revelación, justo cuando acababa de nacer el FMI. Así, White asumió ciertas obligaciones como director ejecutivo en representación de su país en la institución con sede en Washington (otra cesión de Gran Bretaña, que quería Nueva York para alejarla de la burocracia gubernamental), pero para proteger la investigación del FBI sobre toda la red rusa el Tesoro dijo a Keynes, también nombrado director ejecutivo del FMI y del Banco Mundial, que Estados Unidos había decidido no optar a la jefatura del fondo por equidad. White dimitió del FMI el 19 de junio de 1947, y el 13 de agosto negó ser comunista en una comparecencia ante el Comité de Actividades Antiestadounidenses. Al terminar, sufrió un ataque del corazón, y cuando se retiró de Washington para descansar en una granja en New Hampshire, otro ataque le acabó costando la vida con 55 años de edad.
Fin.
Fin.
Ernest Tugendhat ( 1930).
La guerra es la caída en lo que se denomina el status naturae (estado de naturaleza). Como dijo Hobbes, el hombre es un lobo para el hombre, una descripción con la que tal vez se señala algo correcto pero que es un insulto para el lobo, pues ni los lobos ni otros animales de cualesquiera especie, con excepción del ser humano, se mata entre sí.
Toda guerra es por lo tanto un mal. Esta es una posición valorativa compartida en la actualidad por todos, pero no siempre ha sido asi. El punto de referencia de la justificación de la guerra le parece al pensador judeo alemán, que vivió parte de su vida en Venezuela, podría ser entendido de modo análogo a la posible justificación de un acto violento de un individuo sobre otros.
Tomemos en consideración estas reglas que tienen un significado central en la teoría de la guerra justa.
La primera dice que un estado tiene que haber cometido una injusticia en perjuicio del otro. Se puede añadir que esta injusticia tiene que haber sido considerable.
En segundo lugar, la solución bélica sólo es legítima si antes se ha hecho todo lo posible para lograr una solución sin medios bélicos, es decir se han agotado todos los recursos pacíficos para la desaparición del mal.
La tercer regla dice que una guerra será justa en la medida en que se puede prever que los daños que causará no serán mayores que los que quiere paliar. Los males que la guerra conlleva no deben preverse desproporcionados en relación con el mal que ha de ser evitado.
Este principio forma parte de la ética de la responsabilidad: para reparar un crimen no se puede cometer crímenes aún más terribles, pero en la práctica vemos que el atacante tiene una sola preocupación: que las pérdidas propias se rebajen tanto como sea sin importar las que se le ocasione al enemigo.
La segunda realidad que echa por tierra todo lo antedicho, es la comprobación de que los superpoderes (EEUU, Rusia) no precisan de justificaciones para sus acciones, es decir están más allá del concepto de guerra justa. En un discurso de Kissinger en Bruselas el 1ero. de setiembre de 1979, señaló que nunca en la historia se ha dado el caso de que una nación haya alcanzado superioridad en todas las categorías armamentísticas esenciales y no haya intentado también conseguir algún tipo de ganancia en política exterior con ellas. Quiere decir que las guerras serán evaluadas por la comunidad internacional cuando un pequeño Estado es atacado por uno mediano, ya que por ejemplo ninguna cuenta rindió EEUU cuando invadió Panamá o asimismo la Unión Soviética o mas cercano en el tiempo Rusia con sus propias aventuras bélicas.
La tercer realidad fáctica es que el carácter democrático del estado beligerante nada cambia, ya que dicho carácter está orientado a la política interior. Hacia el exterior sólo existe la ley del lejano oeste. Los propios intereses, no los derechos humanos.
Para que una guerra se desate, el beligerante será movido por varios factores. Los intereses de los grupos de poder y los poderosos que en los estados no democráticos defienden su propia supervivencia y no el interés de sus respectivos pueblos. Los consejos de los líderes militares, los fabricantes de armas, y naturalmente la clase política dominante. Ellos conforman lo que se verá como los intereses nacionales. Pero existen además motivos ideológicos y emocionales. Muchos de nosotros nos entendemos a nosotros mismos tanto como seres humanos, como miembros de un determinado colectivo; valencianos, berlineses, españoles o alemanes. Cuando dos identidades no coexisten pacíficamente y se ven bajo el aspecto de la superioridad o inferioridad, entonces aumenta el sentimiento del propio valor cuando su colectivo o nación venza a otro, ya sea en un juego como el fútbol, ya sea bajo las condiciones ilimitadas de la guerra. Este segundo factor emocional eleva nuestra disposición a la misma. Sin embargo ello podría evitarse si se lograra que las personas interpretaran su identidad de otro modo. Esto sucede cuando nos vemos primero como seres humanos y sólo después como miembro de cualesquiera colectivos, lo cual significa que se entiende la identidad específica como si nos encontráramos junto a otros colectivos y no contra ellos. Existe un hecho claro: dondequiera que diversas personas tengan que coexistir, ya sean personas o colectivos distintos, sólo pueden lograrlo si con el tiempo entierran el hacha de la guerra e intentan entenderse, tomando en cuenta recíprocamente sus intereses. Es difícil pero no hay alternativa.
Desde el punto de vista de Tugendhat, las últimas guerras tuvieron como protagonistas al mundo industrializado, coercitivo y estéríl que se denomina Occidente contra el mundo del Islam, un mundo vital, retrasado industrialmente, rico en petróleo y humillado, que posee una enorme tradición humanística y tanto potencial de ilustración como Occidente.
Tugendhat es judío, alemán, pacifista, universalista y antisionista. Por ello se siente en autoridad de opinar sobre el conflicto entre sionistas y árabes en Eretz Israel-Palestina.
El como judío no sionista siente solidaridad con el moderno Estado de Israel. Esta solidaridad debe entenderse, al igual que el sentimiento de culpa, en dos direcciones. Los judíos universalistas le decimos a los sionistas: compartimos vuestros sentimientos. Pero en lugar de vuestros deseos de corto plazo, sólo nos interesan vuestros intereses de largo plazo. Sólo se pueden satisfacer estos intereses si finalmente también tomamos en consideración los intereses y los miedos del resto de las personas que viven en Eretz Israel-Palestina. Lo cual significa que debéis recordar también la otra parte de nuestra tradición judía. Vivís en el día a día. Sólo veis el peligro inminente, perseveráis para superarlo, pero de este modo provocáis más sufrimiento y todo vuelve a empezar de nuevo. ¿Como acabará todo esto? Lo que quiero decir es lo siguiente: si se toma en consideración el largo plazo (y esta es la perspectiva que a fin de cuentas hay que adoptar), lo mejor para el resto de los países de Oriente Próximo es también lo mejor para Israel, y por el contrario, lo peor para el mundo árabe, es malo para los israelíes. ¿Es esto demasiado idealista?
Bibliografía: Un Judío en Alemania, Conferencias y tomas de posición, 1978-1991, Gedisa.
La guerra es la caída en lo que se denomina el status naturae (estado de naturaleza). Como dijo Hobbes, el hombre es un lobo para el hombre, una descripción con la que tal vez se señala algo correcto pero que es un insulto para el lobo, pues ni los lobos ni otros animales de cualesquiera especie, con excepción del ser humano, se mata entre sí.
Toda guerra es por lo tanto un mal. Esta es una posición valorativa compartida en la actualidad por todos, pero no siempre ha sido asi. El punto de referencia de la justificación de la guerra le parece al pensador judeo alemán, que vivió parte de su vida en Venezuela, podría ser entendido de modo análogo a la posible justificación de un acto violento de un individuo sobre otros.
Tomemos en consideración estas reglas que tienen un significado central en la teoría de la guerra justa.
La primera dice que un estado tiene que haber cometido una injusticia en perjuicio del otro. Se puede añadir que esta injusticia tiene que haber sido considerable.
En segundo lugar, la solución bélica sólo es legítima si antes se ha hecho todo lo posible para lograr una solución sin medios bélicos, es decir se han agotado todos los recursos pacíficos para la desaparición del mal.
La tercer regla dice que una guerra será justa en la medida en que se puede prever que los daños que causará no serán mayores que los que quiere paliar. Los males que la guerra conlleva no deben preverse desproporcionados en relación con el mal que ha de ser evitado.
Este principio forma parte de la ética de la responsabilidad: para reparar un crimen no se puede cometer crímenes aún más terribles, pero en la práctica vemos que el atacante tiene una sola preocupación: que las pérdidas propias se rebajen tanto como sea sin importar las que se le ocasione al enemigo.
La segunda realidad que echa por tierra todo lo antedicho, es la comprobación de que los superpoderes (EEUU, Rusia) no precisan de justificaciones para sus acciones, es decir están más allá del concepto de guerra justa. En un discurso de Kissinger en Bruselas el 1ero. de setiembre de 1979, señaló que nunca en la historia se ha dado el caso de que una nación haya alcanzado superioridad en todas las categorías armamentísticas esenciales y no haya intentado también conseguir algún tipo de ganancia en política exterior con ellas. Quiere decir que las guerras serán evaluadas por la comunidad internacional cuando un pequeño Estado es atacado por uno mediano, ya que por ejemplo ninguna cuenta rindió EEUU cuando invadió Panamá o asimismo la Unión Soviética o mas cercano en el tiempo Rusia con sus propias aventuras bélicas.
La tercer realidad fáctica es que el carácter democrático del estado beligerante nada cambia, ya que dicho carácter está orientado a la política interior. Hacia el exterior sólo existe la ley del lejano oeste. Los propios intereses, no los derechos humanos.
Para que una guerra se desate, el beligerante será movido por varios factores. Los intereses de los grupos de poder y los poderosos que en los estados no democráticos defienden su propia supervivencia y no el interés de sus respectivos pueblos. Los consejos de los líderes militares, los fabricantes de armas, y naturalmente la clase política dominante. Ellos conforman lo que se verá como los intereses nacionales. Pero existen además motivos ideológicos y emocionales. Muchos de nosotros nos entendemos a nosotros mismos tanto como seres humanos, como miembros de un determinado colectivo; valencianos, berlineses, españoles o alemanes. Cuando dos identidades no coexisten pacíficamente y se ven bajo el aspecto de la superioridad o inferioridad, entonces aumenta el sentimiento del propio valor cuando su colectivo o nación venza a otro, ya sea en un juego como el fútbol, ya sea bajo las condiciones ilimitadas de la guerra. Este segundo factor emocional eleva nuestra disposición a la misma. Sin embargo ello podría evitarse si se lograra que las personas interpretaran su identidad de otro modo. Esto sucede cuando nos vemos primero como seres humanos y sólo después como miembro de cualesquiera colectivos, lo cual significa que se entiende la identidad específica como si nos encontráramos junto a otros colectivos y no contra ellos. Existe un hecho claro: dondequiera que diversas personas tengan que coexistir, ya sean personas o colectivos distintos, sólo pueden lograrlo si con el tiempo entierran el hacha de la guerra e intentan entenderse, tomando en cuenta recíprocamente sus intereses. Es difícil pero no hay alternativa.
Desde el punto de vista de Tugendhat, las últimas guerras tuvieron como protagonistas al mundo industrializado, coercitivo y estéríl que se denomina Occidente contra el mundo del Islam, un mundo vital, retrasado industrialmente, rico en petróleo y humillado, que posee una enorme tradición humanística y tanto potencial de ilustración como Occidente.
Tugendhat es judío, alemán, pacifista, universalista y antisionista. Por ello se siente en autoridad de opinar sobre el conflicto entre sionistas y árabes en Eretz Israel-Palestina.
El como judío no sionista siente solidaridad con el moderno Estado de Israel. Esta solidaridad debe entenderse, al igual que el sentimiento de culpa, en dos direcciones. Los judíos universalistas le decimos a los sionistas: compartimos vuestros sentimientos. Pero en lugar de vuestros deseos de corto plazo, sólo nos interesan vuestros intereses de largo plazo. Sólo se pueden satisfacer estos intereses si finalmente también tomamos en consideración los intereses y los miedos del resto de las personas que viven en Eretz Israel-Palestina. Lo cual significa que debéis recordar también la otra parte de nuestra tradición judía. Vivís en el día a día. Sólo veis el peligro inminente, perseveráis para superarlo, pero de este modo provocáis más sufrimiento y todo vuelve a empezar de nuevo. ¿Como acabará todo esto? Lo que quiero decir es lo siguiente: si se toma en consideración el largo plazo (y esta es la perspectiva que a fin de cuentas hay que adoptar), lo mejor para el resto de los países de Oriente Próximo es también lo mejor para Israel, y por el contrario, lo peor para el mundo árabe, es malo para los israelíes. ¿Es esto demasiado idealista?
Bibliografía: Un Judío en Alemania, Conferencias y tomas de posición, 1978-1991, Gedisa.