Orden y Progreso.
Durante la década de 1840 a los intelectuales le cautivaron diversas formas de socialismo utópico que no sólo prometía la perfección social, sino el desarrollo económico y partir de 1870, el positivismo penetró profundamente en el Brasil cuyo lema nacional es todavía el comtiano: orden y progreso.
El progreso, es decir la emancipación respecto de la tradición- tanto en lo que refiere a la sociedad como a los individuos- parecía implicar una ruptura radical con las antiguas creencias. La ciencia fue el núcleo de esta ideología secular.
La ciencia y la industria fueron las causas principales de la declinación del orden teológico feudal, y el surgimiento del espíritu científico impidió según Comte, la restauración de este orden. El orden social, escribe, …debe ser incompatible con un examen permanente de los fundamentos de la sociedad.
Según Zeitlin, para Comte la anarquía social y moral era el resultado de la anarquía intelectual, la cual es a su vez consecuencia del hecho de que por una parte, la filosofía teológica metafísica había decaído y, por otra, la filosofía positiva no había alcanzado el punto en que puede brindar una base intelectual para una nueva organización y, de este modo, librar a la sociedad del peligro de aniquilamiento. Para Comte la filosofía positiva es indiscutiblemente superior, pues la verdadera libertad no es más que la sumisión racional a la preponderancia de las leyes de la naturaleza. En este estadio, según el francés, la elite científica tendría la última palabra acerca de cuáles son estas leyes, e indicaría el grado en que es posible mejorar lentamente la suerte de las clases inferiores.
Para Comte, el espíritu teológico tuvo que ser, durante mucho tiempo, indispensable para la combinación permanente de ideas morales y políticas.
El segundo estadio, el metafísico puede, pues, considerarse como una especie de enfermedad crónica inherente por naturaleza a nuestra evolución mental, individual o colectiva, entre la infancia y la virilidad. Los filósofos, dice el francés, no han podido ellos mismos salir del modo metafísico. No se han puesto nunca en el punto de vista social, el único susceptible de una realidad plenaria, científica o lógica, puesto que el hombre no se desenvuelve aisladamente, sino en colectividad. Los principios de los metafísicos- término que según Zeitlin, usa Comte para referirse a los pensadores del Iluminismo- eran esencialmente críticos y revolucionarios. Contribuyeron al progreso, pero solo en sentido negativo. La etapa metafísica fue necesaria porque resquebrajó el viejo sistema y preparó el camino para la etapa siguiente, la positiva, que pondría fin al período revolucionario mediante la formación de un orden social capaz de unificar los principios de orden y progreso.
El tercer estadio, el positivista o científico, sería para Hobsbawm, la expresión más adecuada del liberalismo. Para Comte, solo la filosofía positiva podría realizar gradualmente aquel noble proyecto de asociación universal que el cristianismo había bosquejado prematuramente en la Edad Media.
La imagen básica que Comte se hacía, según Hobsbawm. era biológica, ya que consideraba a la sociedad como un organismo social, es decir, la cooperación funcional de todos los grupos de la sociedad, tan diferente a la lucha de clases. Para el historiador que hizo fama en Gran Bretaña, se trataba del viejo conservadurismo vestido con ropajes del siglo XIX, y era difícil de combinar con la otra imagen biológica del siglo que tendía al cambio y al progreso, a saber, la evolución. La teoría de la evolución por la selección natural se extendió fuera del alcance de la biología, y en ella reside su importancia. Ratificó el triunfo de la historia por sobre todas las ciencias, aunque la historia en este sentido fue confundida por sus contemporáneos con el progreso. El error era significativo y comprensible. En la ciencia como en la sociedad hay períodos que son revolucionarios y otros que no lo son, afirmó el historiador.
Bibliografía:
Comte Auguste, Discurso sobre el espíritu positivo.
Hobsbawm Eric. La era del capital, 1848-1875.
Zeitlin Irving. Ideología y teoría Sociológica.
Durante la década de 1840 a los intelectuales le cautivaron diversas formas de socialismo utópico que no sólo prometía la perfección social, sino el desarrollo económico y partir de 1870, el positivismo penetró profundamente en el Brasil cuyo lema nacional es todavía el comtiano: orden y progreso.
El progreso, es decir la emancipación respecto de la tradición- tanto en lo que refiere a la sociedad como a los individuos- parecía implicar una ruptura radical con las antiguas creencias. La ciencia fue el núcleo de esta ideología secular.
La ciencia y la industria fueron las causas principales de la declinación del orden teológico feudal, y el surgimiento del espíritu científico impidió según Comte, la restauración de este orden. El orden social, escribe, …debe ser incompatible con un examen permanente de los fundamentos de la sociedad.
Según Zeitlin, para Comte la anarquía social y moral era el resultado de la anarquía intelectual, la cual es a su vez consecuencia del hecho de que por una parte, la filosofía teológica metafísica había decaído y, por otra, la filosofía positiva no había alcanzado el punto en que puede brindar una base intelectual para una nueva organización y, de este modo, librar a la sociedad del peligro de aniquilamiento. Para Comte la filosofía positiva es indiscutiblemente superior, pues la verdadera libertad no es más que la sumisión racional a la preponderancia de las leyes de la naturaleza. En este estadio, según el francés, la elite científica tendría la última palabra acerca de cuáles son estas leyes, e indicaría el grado en que es posible mejorar lentamente la suerte de las clases inferiores.
Para Comte, el espíritu teológico tuvo que ser, durante mucho tiempo, indispensable para la combinación permanente de ideas morales y políticas.
El segundo estadio, el metafísico puede, pues, considerarse como una especie de enfermedad crónica inherente por naturaleza a nuestra evolución mental, individual o colectiva, entre la infancia y la virilidad. Los filósofos, dice el francés, no han podido ellos mismos salir del modo metafísico. No se han puesto nunca en el punto de vista social, el único susceptible de una realidad plenaria, científica o lógica, puesto que el hombre no se desenvuelve aisladamente, sino en colectividad. Los principios de los metafísicos- término que según Zeitlin, usa Comte para referirse a los pensadores del Iluminismo- eran esencialmente críticos y revolucionarios. Contribuyeron al progreso, pero solo en sentido negativo. La etapa metafísica fue necesaria porque resquebrajó el viejo sistema y preparó el camino para la etapa siguiente, la positiva, que pondría fin al período revolucionario mediante la formación de un orden social capaz de unificar los principios de orden y progreso.
El tercer estadio, el positivista o científico, sería para Hobsbawm, la expresión más adecuada del liberalismo. Para Comte, solo la filosofía positiva podría realizar gradualmente aquel noble proyecto de asociación universal que el cristianismo había bosquejado prematuramente en la Edad Media.
La imagen básica que Comte se hacía, según Hobsbawm. era biológica, ya que consideraba a la sociedad como un organismo social, es decir, la cooperación funcional de todos los grupos de la sociedad, tan diferente a la lucha de clases. Para el historiador que hizo fama en Gran Bretaña, se trataba del viejo conservadurismo vestido con ropajes del siglo XIX, y era difícil de combinar con la otra imagen biológica del siglo que tendía al cambio y al progreso, a saber, la evolución. La teoría de la evolución por la selección natural se extendió fuera del alcance de la biología, y en ella reside su importancia. Ratificó el triunfo de la historia por sobre todas las ciencias, aunque la historia en este sentido fue confundida por sus contemporáneos con el progreso. El error era significativo y comprensible. En la ciencia como en la sociedad hay períodos que son revolucionarios y otros que no lo son, afirmó el historiador.
Bibliografía:
Comte Auguste, Discurso sobre el espíritu positivo.
Hobsbawm Eric. La era del capital, 1848-1875.
Zeitlin Irving. Ideología y teoría Sociológica.
Para Emile Durkheim (1858- 1917) si hay un hecho cuyo carácter patológico parece indiscutible es el crimen. No hay sociedad que esté libre de él. No es el castigo lo que hace al crimen, pero es por medio de él como se manifiesta exteriormente a nosotros. La conciencia pública reprime todo acto que la ofende por medio de la vigilancia que ejerce sobre la conducta de los ciudadanos y las penas especiales de que dispone cuando esta conducta es contraria a ella.
El crimen se observa en todas las sociedades sin excepción. Para que no haya crímenes sería preciso una nivelación de las conciencias individuales, es decir que los sentimientos que estos actos ofenden se encontrasen en todas estas conciencias y con el grado de fuerza necesario para refrenar los sentimientos contrarios. Para que no hubiese castigo sería necesaria una ausencia de homogeneidad moral que no es conciliable con una sociedad.
La reacción social que constituye la pena es debida a la intensidad de los sentimientos colectivos que el crimen ofende, pero, por otra parte, tiene por función útil la de mantener a esos sentimientos en el mismo grado de intensidad.
La represión de los delitos no es más que un mero desarrollo de las ideas que tenemos sobre la Sociedad, el Estado o la Justicia.
El crimen se observa en todas las sociedades sin excepción. Para que no haya crímenes sería preciso una nivelación de las conciencias individuales, es decir que los sentimientos que estos actos ofenden se encontrasen en todas estas conciencias y con el grado de fuerza necesario para refrenar los sentimientos contrarios. Para que no hubiese castigo sería necesaria una ausencia de homogeneidad moral que no es conciliable con una sociedad.
La reacción social que constituye la pena es debida a la intensidad de los sentimientos colectivos que el crimen ofende, pero, por otra parte, tiene por función útil la de mantener a esos sentimientos en el mismo grado de intensidad.
La represión de los delitos no es más que un mero desarrollo de las ideas que tenemos sobre la Sociedad, el Estado o la Justicia.
Cesare Beccaria escribiría en 1764 la obra De los Delitos y de las Penas, señalando que tres son los manantiales de donde se derivan los principios morales y políticos reguladores de los hombres. La revelación, la ley natural y los pactos establecidos entre estos. A los teólogos pertenece establecer los confines de lo justo y lo injusto en la parte que mira la intrínseca malicia o bondad del pacto y al jurista determinar las relaciones de lo justo o lo injusto político, esto es, del daño o provecho de la sociedad. Beccaria citando a Montesquieu, expresa que las leyes son las condiciones con que los hombres aislados e independientes se unieron en la sociedad, cansados de vivir en un continuo estado de guerra y gozar de una libertad que le era inútil en la incertidumbre de conservarla. Sacrificaron por eso una parte de ella para gozar la restante en segura tranquilidad. Toda pena o acto de autoridad que no se deriva de la absoluta necesidad, es tiránica. Por justicia entiende el vínculo necesario para tener unidos los intereses particulares. Para que una pena no sea violencia contra un particular ciudadano, dice Beccaria, debe ser esencialmente pública, pronta, necesaria, la más pequeña de las posibles en las circunstancias actuales, proporcionada a los delitos y dictada por las leyes. Es mejor evitar los delitos que castigarlos. El más seguro, pero más difícil medio de evitarlos, es perfeccionar la educación.
En esos años, toda una serie de pensadores, incluido Voltaire expresan que obligando a los hombres a trabajar haremos que sean honrados. Juan Viláin señala en la memoria de la fundación del correccional de Gante (1773) que en dicho establecimiento a crearse se organizaría el trabajo dentro del penal ya que la ociosidad es la causa general de la mayoría de los delitos.
Eliminado el suplicio nace la prisión. Está, dice Foucault, toma el tiempo del condenado traduciendo la idea de que la infracción ha lesionado, más allá de la víctima, a la sociedad entera, evidencia de una sociedad que monetiza los castigos en días, en meses y años. De ahí la expresión tan frecuente, tan conforme con el funcionamiento de los castigos de que se está en la prisión para pagar la deuda con la sociedad.
En 1846 A. Bonneville, abogando por el instituto de la libertad condicional, establece que no se debe medir el valor de cambio de la infracción sino que debe ajustarse a la transformación útil del recluso en el curso de su pena. Así como el médico prudente interrumpe su medicación o a la continúa según que el enfermo haya o no llegado a una perfecta curación, así también, la expiación debería cesar en presencia de la enmienda completa del condenado, ya que en este caso toda detención se ha vuelto inútil, y por consiguiente tan inhumana para con el enmendado como vanamente onerosa para el Estado. En Gazette des Tribunaux, Lucas expresa que el rigor punitivo no debe estar en proporción directa con la importancia penal del acto condenado ni determinado de una vez para siempre.
En esos años, toda una serie de pensadores, incluido Voltaire expresan que obligando a los hombres a trabajar haremos que sean honrados. Juan Viláin señala en la memoria de la fundación del correccional de Gante (1773) que en dicho establecimiento a crearse se organizaría el trabajo dentro del penal ya que la ociosidad es la causa general de la mayoría de los delitos.
Eliminado el suplicio nace la prisión. Está, dice Foucault, toma el tiempo del condenado traduciendo la idea de que la infracción ha lesionado, más allá de la víctima, a la sociedad entera, evidencia de una sociedad que monetiza los castigos en días, en meses y años. De ahí la expresión tan frecuente, tan conforme con el funcionamiento de los castigos de que se está en la prisión para pagar la deuda con la sociedad.
En 1846 A. Bonneville, abogando por el instituto de la libertad condicional, establece que no se debe medir el valor de cambio de la infracción sino que debe ajustarse a la transformación útil del recluso en el curso de su pena. Así como el médico prudente interrumpe su medicación o a la continúa según que el enfermo haya o no llegado a una perfecta curación, así también, la expiación debería cesar en presencia de la enmienda completa del condenado, ya que en este caso toda detención se ha vuelto inútil, y por consiguiente tan inhumana para con el enmendado como vanamente onerosa para el Estado. En Gazette des Tribunaux, Lucas expresa que el rigor punitivo no debe estar en proporción directa con la importancia penal del acto condenado ni determinado de una vez para siempre.

Entre 1830-1850 los periódicos populares franceses decían que el origen de la delincuencia no lo asignaban al individuo criminal sino a la sociedad. El periódico pre-comunista L'Humanitaire escribía en agosto de 1841, la culpable de los delitos es la sociedad porque no es apta para satisfacer las necesidades fundamentales. En noviembre de 1842, La Ruche Populaire reflexionaba que, mientras la miseria cubre sus pavimentos de cadáveres y sus prisiones de ladrones y asesinos, ¿qué estamos viendo en cuanto a los estafadores del gran mundo? ¿No temen que el pobre a quien se lleva al banquillo de los criminales por haber arrancado un trozo de pan a través de los barrotes de una panadería llegue a indignarse lo suficiente, algún día, para demoler piedra a piedra la Bolsa de Valores, antro salvaje donde se roban impunemente los tesoros del Estado y la fortuna de las familias.
Para Karl Marx el derecho no es nunca otra cosa que la defensa consuetudinaria, autoritaria o judicial de un determinado interés.
Bibliografía:
Beccaria, Cesare, De los delitos y de las penas.
Durkheim, Emile, Las reglas del método sociológico.
Foucault Michel, Vigilar y Castigar.