Fundamentos.uy
  • Home
  • Página 2
  • Página 3
  • Página 4
  • Página 5
  • Página 6
  • Página 7
  • Página 8
  • Página 9
  • Página 10
  • Página 11
  • Página doce
Picture
 “Cuando una persona muere, todos sus hechos cesarán excepto tres: La caridad que continúa beneficiando a otros, el conocimiento transmitido, del que se han beneficiado, y la descendencia piadosa que reza por él,” [Muslim].



Fin

Imagen
Raul Hilberg.


Por Matias Bauso, Infobae.

Las cosas no siempre fueron como las conocemos. Hubo un tiempo, después de la Segunda Guerra Mundial, en que parecía que nadie estaba interesado en conocer de manera exhaustiva lo que había sucedido en los campos de concentración. Demasiado horror. Pasaban muchas cosas a la vez en ese tiempo nuevo. La atención estaba centrada en la tensa e inestable Guerra Fría y, en Medio Oriente, en el establecimiento de Israel y en los choques con el mundo árabe. A los sobrevivientes se les daba una palmada en la espalda y se los instaba a mirar el futuro. Ese temor que alguna vez expresó Primo Levi, eso que se había convertido en su pesadilla recurrente –iba en un tren y hablaba de los horrores sufridos en el Lager, de los muertos, y nadie quería escucharlo, sus interlocutores huían- se estaba convirtiendo en realidad. “En esa época, se solía decir a las personas martirizadas por el recuerdo―los sobrevivientes―que olvidaran lo que había pasado” escribió Raul Hilberg.
Los soviéticos no estaba interesados en rebuscar en el pasado porque Stalin temía que le hicieran rendir cuentas del accionar de sus hombres y de Kolyma y el sistema de Gulag. Occidente, por su parte, no quería predisponer mal a los alemanes; habían apostado a su resurgimiento y había muchos intereses en juego; todos sabían que rebuscando encontrarían complicidades y culpabilidades masivas.
Unos pocos hombres vinieron a cambiar eso. Lo hicieron pese a la indiferencia, los obstáculos y hasta la oposición expresa de grupos y asociaciones que se suponía debían apoyarlos. Pero con un trabajo serio, riguroso y valiente consiguieron que el mundo conociera la verdad y tomara conciencia de la magnitud de lo ocurrido y de la anatomía de esa maquinaria de muerte.
Raul Hilberg fue uno de esos hombres.

Memorias de un historiador del HolocaustoSe acaba de distribuir en las librerías de esta parte del continente Memorias de un Historiador del Holocausto (Arpa) de Raul Hilberg, autor de un texto fundamental para comprender la Shoah, La Destrucción de los Judíos Europeos. Un texto pionero, riguroso, novedoso y lacerante. Estas memorias (el título original es The Politics of Memory) describen la vida del historiador pero en especial la concepción de su gran estudio, las dificultades que tuvo para publicarlo y las resistencias que debió enfrentar una vez que vio la luz. Es una impactante reflexión sobre cómo las sociedades (y los especialistas) son refractarios, rechazan aquella que no se ajusta a sus creencias, prejuicios o conveniencias.
Raul Hilberg nació en Viena en 1927. Su padre tenía un pequeño negocio. En esa casa no reinaba el amor. Había poca comunicación y bastante dureza. Cuando se produjo el Anschluss, Hilberg vio por la ventana de su casa el desfile triunfal y al pueblo austríaco recibiendo alborozado a las tropas alemanas. No podía entender lo que sucedía. Recuerda que sin saber por qué mientras estaba apoyado en el marco mirando lo que sucedía en la calle se dijo a sí mismo: “Algún día voy a escribir sobre esto”.
Su padre decidió que partieran hacia Estados Unidos. No había más lugar para ellos en Austria bajo el dominio nazi. Los presionaron para sacarles la casa por ser de origen judío (nadie en la familia era practicante religioso). Esa expropiación forzada los dejó sin nada. Al padre de Hilberg lo detuvieron soldados nazis en la calle y lo llevaron detenido. Lo interrogaron y lo dejaron en un costado olvidado varios días. Hasta que un soldado lo llamó y con una planilla en mano le dijo que se preparase. Hilberg padre vio que en el papel al lado de su nombre habían puesto una D, así en mayúscula. Supo que lo enviarían a Dachau. Con serenidad pero con firmeza dijo: “Ustedes no pueden mandarme a Dachau. Yo peleé en la Gran Guerra. Hasta me condecoraron por mi coraje”. El soldado llamó a un superior, que suspicaz, lo empezó a interrogar. “A ver judío ¿Dónde dice que estuvo?”. El hombre recitó cada uno de los batallones que integró y los destinos en los que actuó. El oficial nazi ordenó que lo liberaran: “Este hombre no miente. Estuvo en muchos lugares en los que estuve yo”.
Después de eso, ya sin lugar para vivir y sin poder caminar por la calle, debieron emigrar. Los Hilberg se instalaron en Nueva York.

Raul siguió estudiando. Al ingresar a la universidad siguió los deseos del padre y se anotó en química. Pero al poco tiempo emigró a ciencias políticas. Allí comenzó a estudiar con denuedo. En 1945 fue alistado y destinado a Europa. Cuando llegó la guerra estaba terminando. Los nazis habían sido derrotados. Lo enviaron a custodiar documentación y a catalogarla. Allí tuvo contacto con las cajas que almacenaban la biblioteca de Hitler. También accedió por primera vez a miles de documentos administrativos nazis. Al regresar a Estados Unidos empezó a escribir su tesis sobre el aniquilamiento de los judíos por parte del régimen nazi.
Estudió ciencias políticas porque el Holocausto, que todavía no había sido nombrado de esa manera, no era considerado materia de la historia todavía. Era algo demasiado reciente. La visión de Hilberg fue desde el principio novedosa y compleja. Entendió que lo que había ocurrido con los judíos europeos no se había tratado de la obra de unos locos sino que había sido un plan llevado a cabo por cientos de miles en distintos estamentos y organizaciones.

Hilberg no se especializó en nazismo. Ya había varios que se dedicaban a la cuestión. Es más, algunos como Franz Neumann lo había hecho en tiempo real, mientras aún estaban en el poder. Lo que Hilberg estudió fue el aniquilamiento y sus métodos. Fue el primero en sistematizar esa rama, en considerar que merecía un estudio especial.
Hilberg con su obra consiguió que se entendiera la Shoah de una manera distinta, fue el que ayudó a comprender cómo había sido el mecanismo de la masacre. Desde el principio asumió la complejidad de la situación y evitó todo tipo de simplificaciones. Le llevó más de quince años elaborar su libro. Investigó en archivos europeos y norteamericanos. Trabajó especialmente con documentos alemanes mientras tenía otras labores, en especial universitarias, que le permitían seguir con la elaboración de su libro.
Cuando presentó el proyecto originalmente, uno de sus mentores le dijo que esto sería su tumba. Cuando después de años de trabajo, cuando le faltaban semanas para poner punto final a su tesis, murió Franz Neumann, su director de tesis. Y una vez más la orfandad lo rodeó.

Apenas tuvo terminado el manuscrito, lo hizo circular por diversas editoriales e instituciones buscando su publicación. Estaba dispuesto a poner todos sus ahorros para verlo convertido en libro pero estos no alcanzaban. Nadie quería editarlo. Era una obra sumamente extensa. Pero el problema no era la cantidad de sus páginas, sino lo que decía. Hilberg en La Destrucción de los Judíos Europeos describe el Holocausto como una maquinaria de destrucción, un ordenamiento burocrático descentralizado y progresivo que tuvo como fin y como resultado el aniquilamiento de los judíos de Europa.
Y además habla por primera vez de la responsabilidad de los Consejos Judíos y va contra la idea, ya instalada por esos años, que la resistencia de los judíos fue muy extensa. En ningún momento confunde víctimas con victimarios pero tampoco acepta como un dogma de fe lo sostenido por diversas asociaciones judías. Sostiene que se llegó al ridículo de que estados de pasividad total fueran reinterpretados como heroicas situaciones de resistencia. Él hace historia y necesita ser honesto consigo mismo y con el material de estudio. Elige honrar la verdad y no cargar de épica cada episodio.
Los rechazos editoriales se acumulan. Gana un concurso con su tesis que le garantizaba la publicación, pero el editor se las ingenia para no hacerlo. Algunos le dicen que sus teorías no tienen fundamentos, otros que sólo se basa en documentos alemanes, otros que lo que sostiene sobre los consejos judíos es muy difícil de digerir. Hasta que una serie de circunstancias conspiran en su favor. Un millonario empresario exiliado decide aportar parte del presupuesto y los preparativos del juicio a Eichmann en Jerusalén aumentan el interés sobre el tema. Quince años después de su inicio su libro vería la luz.

La primera edición se publicó en la pequeña editorial de la Universidad de Vermont. Más de 800 páginas a doble columna (que en edición normal hubieran superado las 1400 páginas). La recepción fue fría. Pero inquietante. Los especialistas no podían negar que estaban ante algo absolutamente riguroso y muy novedoso. Por primera vez, el mecanismo burocrático del Holocausto era mostrado a la perfección. Esa burocracia vasta y sofisticada había llevado adelante la matanza de millones de judíos (otro anatema: también puso en duda el numerus clausus de los seis millones: él sostenía que se había tratado de 5.100.000), a su destrucción.
Esa destrucción había sido una obra alemana. Tenía su espíritu, su enjundia, su cultura. Para entender esa maquinaria destructiva tenía que entender la visión de los culpables, de los perpetradores. Y para eso era necesario sumergirse en sus papeles, en sus documentos, en su administración gris.
Luego descubrió que esa labor de destrucción había sido progresiva. Y que ese esquema se había repetido en cada jurisdicción. Primero se marcaba a los judíos, luego los separaban, los despojaban de sus bienes y propiedades, los deportaban y, finalmente, los mataban. Eso que él llamó “el proceso de destrucción”.

Los alemanes en 1933 o hasta en 1937 no sabían qué harían con los judíos. La Solución Final, es decir el aniquilamiento, se formuló en 1941. Pero la progresión, la tendencia ya existía: el antisemitismo y sus manifestaciones cada vez eran más intensas. Y cada vez se corrían más los límites de crueldad e inhumanidad. El proceso seguía una lógica destructora.La reconocida investigadora Judith Sklar le dijo a Hilberg que los libros tienen que aparecer en el momento justo y que el suyo había aparecido demasiado pronto. Las distintas sociedades no estaban preparadas para afrontar las conclusiones de Hilberg. Los israelíes estaban consolidando su estado y la política de la memoria, los norteamericanos recién pusieron real atención al Holocausto después de Vietnam, Alemania hacía todo lo posible para no revolver en el pasado y para evitar culpabilidades, y Francia tenía todavía demasiado fresco los problemas y humillaciones de la guerra, todavía convivían los que habían sido de la Resistencia con los acusados de colaboracionistas.
Y Hilberg y su libro eran difíciles de digerir. Con los años sacó nuevas ediciones a los que les incorporó nuevo material probatorio. El libro resistió el paso del tiempo. Y en especial logró plasmar la secreta aspiración que tiene cualquier historiador: que su tema de estudio, a partir de su intervención, sea visto con sus ojos, que sus conclusiones queden establecidas como verdades. Hannah Arendt escribió: “Nadie podrá volver a escribir de estos temas sin recurrir a él”.

Pero esta consolidación tampoco fue pacífica. Hilberg peleó durante décadas con los principales referentes y hasta con organizaciones como Yad Vashem (que se negó a colaborar en la edición de su libro y después le prohibió durante un largo tiempo el acceso a su biblioteca). Pero una de sus principales y más celebres contrincantes fue Hannah Arendt. La filósofa reconoce (recién en su segunda edición) que el trabajo de Hilberg fue su principal fuente en Eichmann en Jerusalén. Pero a Hilberg le repugna la teoría de Arendt –que ella y sus editores llevaron al subtítulo del libro, y que se convirtió en un lugar común repetido y malinterpretado- de la banalidad del mal. Los dos tuvieron una larga polémica pública que incluyó algunos agravios en cartas privadas a terceros y una chicana de Hilberg en sus memorias que cierra el capítulo dedicado a las polémicas y a Arendt recordando el romance de ella con Heidegger, el nazismo del filósofo y que ella después de la guerra intentó que fueran condonadas las culpas de Heidegger.
Hoy se considera la obra de Hilberg como un aporte fundamental y que su mirada cambió la manera de comprender el Holocausto. Sin embargo no se debe olvidar que el libro circuló sólo entre especialistas durante muchísimo tiempo y que aún entre ellos recibió resistencias muy fuertes. La primera edición alemana recién se publicó treinta años después de su aparición. Y la israelí demoró todavía unos años más. Recién se conoció en 2012.
Alguien le reprochó a Hilberg que sus actitudes y sus conclusiones eran en parte fruto de su falta de sentido de pertenencia. Cuando le preguntaron sobre eso, respondió: “No me siento parte de nada. No me siente parte del mundo universitario, en el que actué durante décadas. Ni siquiera me siento parte de Burlington donde viví desde 1956. Tal vez algunos de nosotros estemos destinados nada más que a estar solos”.

Imagen
Hilberg es el único especialista que aparece en Shoah, el mastodóntico y riguroso documental de Claude Lanzmann. En Shoah sólo hay sobrevivientes, nazis y testigos. Y también está Hilberg. Su participación se originó porque el director le pidió que le interpretara un documento alemán. Y Hilberg desplegó con énfasis toda su erudición sobre el tema por lo que pensó en incorporarlo. Lanzmann, que era seco y nada propenso al halago, dijo sobre Raul Hilberg: “Fue un faro, un barco de la historia anclado en el tiempo y en un sentido más allá del tiempo, imperecedero, inolvidable, con el que nada en el curso de la producción histórica ordinaria puede compararse”.
En 1992, Hilberg volvió a Viena por primera vez desde que tuvo que emigrar junto a su padre y su madre. Había tratado de evitar ese momento. Pero el éxito académico y la nostalgia lo llevaron a su ciudad natal. Recorrió sus calles, recordó momentos, reconoció lugares significativos de su infancia, hasta que llegó al edificio en el que vivía con su familia. Quiso subir al departamento para verlo. Descubrir si era cómo él lo recordaba, si los lugares eran más pequeños de lo que su memoria de niño había fijado, si encontraba algo que trajera de vuelta al menos por unos segundos a sus padres. Golpeó la puerta de ese segundo piso pero no atendieron. No había nadie. Lo que sí pudo ver fue la chapa de la puerta que identificaba a los propietarios. En ese departamento todavía vivía la esposa del hombre que los despojó de su hogar sólo porque ellos eran judíos. Habían pasado 54 años.




Fin.


Imagen
José Ortega y Gasset: los argentinos.

       En momentos que nuestra hermana república está gobernada por ultra- conservadores con sus correspondientes ajustes y correcciones macroeconómicas aplicados sin mucha sensibilidad,   convendría repasar las impresiones que la más filosa de las plumas, José Ortega y Gasset, tuvo cuando  la visitó por segunda vez,  a la  que en ese entonces, antes de la crisis de1929, era el granero del mundo.
      El filósofo no era precisamente un izquierdista sino un hijo de una acomodada familia.  Su pluma magistral contribuyó al menoscabo de la Dictadura de Miguel Primo de Rivera, que caería  con el fin de la década, pero ello no obstó para que pintase la mediocridad de la aristocracia argentina.  
     Ortega llega por primera vez a Buenos Aires en 1916, pronunciando diversas  conferencias en variados ámbitos, y en la Facultad de Filosofía y Letras. La multitud rompió los vidrios para poder ingresar al aula magna, pero fue en su segunda visita de 1929 que se convirtió en un duro crítico de la intelectualidad y el patriciado argentino de aquel tiempo:
​
       El argentino  vive atento, no a lo que efectivamente constituye su vida, no a lo que de hecho es su persona, sino a una figura ideal que de sí mismo posee. 
 
   Se gusta a sí mismo, le gusta la imagen que de sí mismo tiene….
 
      No tiene más vocación que la de ser ya el que imagina ser.
 
      Vive, pues, entregado, pero no a una realidad, sino a una imagen.
 
     Viven a la defensiva, inseguros, hablando por delante de las cosas.
 
    Si intentamos hablar con ellos  de ciencia, de política, de la vida en general, notamos que resbala sobre el tema. Es natural que sea así porque su energía no está puesta sobre el asunto, sino ocupada en defender su propia persona.  ¿Pero defenderla de que sino lo atacamos?
 
         Su actitud, traducida en palabras, significaría aproximadamente esto: Aquí lo importante no es eso, sino de que se haga usted bien cargo de que yo soy nada menos que el redactor en jefe del importante periódico X. o bien. Fíjese Usted que yo soy profesor en la Facultad Z…
 
     En vez de estar viviendo activamente eso mismo que pretende ser, en vez de estar sumido en su oficio o destino, se coloca fuera de él y, Cicerone de si mismo, nos muestra su posición social como se muestra un monumento.
 
      De este modo su persona queda escindida en dos: su persona auténtica y su figura social o papel. Entre ambas no hay comunicación efectiva. Ya esto bastaría para explicarnos por qué no es difícil la comunicación con este hombre: él mismo no se comunica consigo mismo.


     Ortega y Gasset, como muchos en nuestro tiempo, siente que el vecino país tal vez desperdicia su buenaventura:
 
      "Quien conozca la Argentina actual-1929- sabe que nada puede hacerle tanto daño como alabarla,  mas que  interesarla en la opinión ajena sobre ella; es preciso empujarla hacia sí misma, recluirla en su inexorable ser".
 
      La altanería de proyectos tiene algunos inconvenientes. Cuando más elevado sea el módulo de vida a que nos pongamos, mayor distancia habrá entre el proyecto- lo que queremos ser- y la situación real, lo que aún somos. …y si de puro mirar el proyecto  olvidamos que aún no lo hemos cumplido, acabaremos por creernos ya en perfección.
 
       La forma de existencia del argentino es lo que yo llamaría el futurismo concreto de cada cual. No es el futurismo genérico de un ideal común, de una utopía colectiva, sino que cada cual vive sus ilusiones como si ellas ya fueran ya la realidad.
 
      Acaso lo esencial de la vida argentina era eso: ser promesa. Tiene el don de que poblamos el espíritu con promesas, reverbera en esperanzas como un campo de mica en reflejos innumerables. Su existir era un puro afán que se consumía en sí mismo sin llegar a su logro.
 
     El argentino sobre todo, no paraba de hacer cosas y a la par dejaba la impresión de vivir una vida con pobre programa.


      La Argentina actual,  con el patriciado en el poder se parece mucho a la de antaño, un país con pobre programa, sin ideales colectivos, eterna promesa y nunca concreción. 
Imagen
Ante la Ley

La alemana Hanna Arendt, fiel a su pensamiento racionalista[1], expresa que Kafka describe en sus obras un modelo de sociedad donde las elites, hacen creer a los demás miembros que las leyes que ellos elaboran suponen mandamientos divinos que la voluntad humana no puede ni debe torcer. La maldad del mundo, de la que son víctimas los protagonistas de sus novelas, es precisamente su propia deificación, su arrogante pretensión de ser una necesidad divina. Kakfa se propone destruir ese mundo reflejando con brutal claridad su horrible estructura, confrontando a la realidad con sus propias pretensiones. El mundo de Kafka es sin duda un mundo temible, dice la pensadora. La absurda idea, tan generalizada en dicha época de que la misión del hombre es someterse a un proceso predeterminado por unas fuerzas, cualesquiera que éstas sean, no puede más que acelerar la decadencia natural, pues con esta idea el hombre pone su libertad al servicio de la naturaleza y de su tendencia a la decadencia. Las palabras que Kafka pone en boca del sacerdote en ” El Proceso” revelan un teología oculta y la fe más profunda de este funcionario como una fe en la pura necesidad y en última instancia, los funcionarios de la necesidad, como si ésta necesitase de ellos para poner en funcionamiento el ocaso y la ruina. La amarga ironía sobre la falsa necesidad y la necesaria falsedad, que juntas constituyen la naturaleza divina de este orden del mundo, constituye una ironía que es la verdadera trama de sus novelas.

Pero frente a las explicaciones racionalistas de la obra del venerado autor, existieron otras que dieron explicaciones de contenido místico judío. En la década del 30′, Gershom Scholem [2] le explicaba a sus alumnos, que si estos pretendían comprender la Cábala debían leer a Kafka y en particular a su obra ” El proceso”. A su amigo, el malogrado filósofo judío Walter Benjamín, le comentó que para comenzar cualquier investigación sobre el intrincado autor nacido en Praga, se debía partir del libro bíblico de Job y es el juicio de d-os, a su modo el tema principal de la producción literaria de este autor. ” Sería para mí incomprensible que tú te aplicases a la tarea de hablar sobre el universo de este hombre sin poner en el centro la doctrina de aquello que Kafka denomina la Ley”.

Barilko[3] explica que es aquello que Kafka llama ” la Ley”. Aunque no sepamos exactamente en qué consiste, existe y es el fundamento del sentido de nuestro ser en el universo. Estamos ante la ley porque estamos ante el qué y el porqué y el para qué. Estamos ante una necesidad de legislar el significado de esta vida no elegida y que consiste toda ella en sucesivas elecciones. La ley es la ansiedad, la fidelidad al camino a pesar de los obstáculos. El sentido del ser en el mundo es recuperar la luz perdida, oculta, enmudecida, reprimida bajo las apariencia de materia. Retornemos al texto de Kafka, notamos que la Ley está hecha de tal manera que postula la lucha del hombre contra los guardianes ( en el mito luriano las cáscaras ). En Luria y la Cábala, el tema es moral: consiste en quitar las cáscaras que representan al mal para instaurar la divinidad en todo ser, máxima expresión del bien.
***************************************************************************
En el capítulo IX de “El Proceso”, el Sr. K se hallaba en la Catedral hablando con el abate preguntándose acerca de la justicia. Este le quiso aclarar el concepto a través de un relato de un centinela apostado ante la puerta donde se ilumina la Ley. Un hombre viene un día a verle y le pide permiso para entrar. Pero el centinela le dice que no puede dejarle entrar en aquel momento. El hombre reflexiona y pregunta entonces si podrá entrar más tarde. ” Es posible- dice el centinela- pero no ahora”. ” Si tienes tantos deseos, trata de entrar a pesar de mi prohibición. Pero soy poderoso y no soy más que el último de los centinelas. A la entrada de cada sala encontrarás centinelas cada vez más poderosos; desde la tercera, ni siquiera yo puedo soportar su vista”. El hombre no había esperado tantas dificultades, había pensado que la ley debía ser accesible a todo el mundo, se decidió a esperar por lo menos hasta que se le permita entrar. Permanece allí durante largos años. Multiplica las tentativas para que se le permita entrar y fatiga al centinela con sus ruegos. Durante sus largos años de espera, el hombre no deja casi nunca de observar al centinela. Olvida a los otros guardianes, le parece que el primero es el único que le impide entrar en la Ley. Finalmente, su vista se debilita y no sabe si la noche se hace verdaderamente a su alrededor o si le engañan sus ojos. Pero ahora discierne en la sombra el resplandor de una luz que brilla a través de la puerta de la ley. Ya no le queda mucho tiempo de vida. Antes de su muerte, todos los recuerdos vienen a agolparse en su memoria para plantearle una pregunta que no ha hecho todavía. Y, no pudiendo erguir su cuerpo endurecido, hace señas al guardián para que se le acerque.¿Que quieres saber todavía? – le pregunta el guardián. Eres insaciable. Si todo el mundo procura conocer la Ley- dice el hombre- ¿ como es que desde hace tanto tiempo nadie más que yo te ha rogado que le dejes entrar? El guardián que ve el hombre está seguro de su fin, y para alcanzar a su tímpano muerto, le ruge al oído: ” Nadie más que tú tenía el derecho a entrar aquí pues esta entrada sólo está hecha para ti, ahora me marcho y cierro”.


[1] Arendt, Hanna, La Tradición Oculta, Paidos, año 2004
[2] Scholem Gershom: Walter Benjamín, Historia de una Amistad.
[3] Barilko, Jaime, Cábala de la Luz.



Tiempo, muerte y esperanza.


De acuerdo al alumno de Martín Heidegger, Karl Löwith (1897- 1973), el Ser se encuentra inicialmente en la condición de arrojado al mundo en su ahí (Da Sein). Un mundo constituido por su realidad circundante. Llegamos y partimos de un mundo que no nos pertenece, somos nosotros quien le pertenecemos a él.

Picture
énterpretando al polémico pensador alemán del cual también fue su alumno, Leo Strauss (1899-1973) dice que el hombre es un proyecto. Cada uno es quién en virtud del ejercicio de la propia libertad, de la propia elección de una determinada idea de existencia y de un plan de acción. Pero el hombre es finito y la gama de sus elecciones se halla limitada por situaciónes que este no ha elegido.


Imagen
Emmanuel Levinas (1906-1995) expresa que la muerte es la certeza por excelencia. Citando a Heidegger dice que esta es el propio origen de dicho concepto. El impacto de la muerte es su posibilidad siempre abierta e inevitable cuya hora sigue siendo una incógnita, ignorancia en virtud de la cual el yo emite cheques en descubierto como si dispusiera de toda la eternidad. Para Levinas, la muerte es siempre la muerte de alguien, y el haber sido de alguien no está presente en el moribundo sino en el superviviente. Es la única situación que excluye por completo toda posible sustitución de mí mismo por parte de otro, nadie puede morir en mi lugar. La experiencia de la muerte de otros, que han muerto antes que nosotros, es la única experiencia que de hecho tenemos de ella. Cuando hay amor, la muerte del otro me afecta más que mi posible fin. En el fragmento bíblico donde Abraham intercede por Sodoma, él está espantado por la muerte de los demás y asume la responsabilidad de interceder y es entonces cuando dice, Yo que soy polvo y ceniza.

Imagen
La muerte, dice Löwith, nivela, nos vuelve a todos iguales. Justamente con la muerte aprendemos de un modo irrefutable que el hombre es igual al hombre.
Gracias a una cierta relación con la muerte es posible el tiempo. La muerte aparece como el final de la duración del ser en el flujo ininterrumpido del tiempo.
Para el pensador marxista Ernest Bloch (1885-1977), el tiempo no es, ni la proyección del ser hacia su final, como en Heidegger, ni la imagen móvil de la eternidad inmóvil como en Platón. Es un tiempo de realización, una determinación completa que es la materialización de toda potencia. Esperanza es espera en el tiempo. Para Bloch, la angustia de la muerte procede del hecho de morir sin acabar la obra.


Imagen
Para Erich Fromm (1900-1980) tener esperanza significa estar presto en todo momento para lo que todavía no nace, pero sin llegar a desesperar si el nacimiento no ocurre en el lapso de nuestra vida. La esperanza es un estado, una forma de ser.
Concluye el pensador Viktor Frankl (1905-1997) que si el hombre fuese inmortal, podría con razón demorar cada uno de sus actos hasta el infinito. No tendría el menor interés en realizarlos precisamente ahora, podría dejarlos para mañana o pasado mañana, para dentro de un año o diez. En cambio, viviendo como se vive en presencia de la muerte, como el límite infranqueable de nuestro futuro y la inexorable limitación de todas nuestras posibilidades, no vemos obligados a aprovechar el tiempo de vida limitado de que disponemos y a no dejar pasar en balde, desperdiciándolas, las ocasiones que sólo se brindan una única vez y cuya suma finita compone la vida. Por tanto, la finitud, la temporalidad, no sólo es una característica esencial de la vida humana, sino que es, además, un factor constitutivo del sentido mismo de la vida. Por eso, sólo podremos comprender la responsabilidad de la vida de un hombre, siempre que la entendamos como una responsabilidad con vistas al carácter temporal de la vida, que sólo se vive una vez. No es la duración de la vida la que determina la plenitud de su sentido. No juzgamos el valor de una biografía por su extensión, por el número de páginas del libro, sino por la riqueza de su contenido.
Bibliografía:
Heidegger Martin, Ser y Tiempo, FCE, México, 2012.
Levinas Emmanuel. Dios, la muerte y el tiempo, Cátedra, 2005.
Anders, Arendt, Jonas, Löwith, Strauss, Sobre Heidegger, Cinco Voces Judías, Manantial, 2008.
Fromm Erich, La revolución de la esperanza, FCE, México, 1987.
Frankl Viktor, Psicoanálisis y existencialismo, FCE, México, 1950.

 

Imagen

Cuentos jasídicos.


Se ha iniciado un nuevo año, ello debe servir para la reflexión, por ello les convido con algunos pensamientos del filósofo judío Martín Buber.


Había una vez un hombre muy tonto. Cuando se levantaba por las mañanas le costaba tanto trabajo encontrar su ropa que por las noches llegaba a preguntarse si valdría la pena acostarse pensando en los problemas que tendría al despertar. Una noche, finalmente hizo un gran esfuerzo, tomó un papel y un lápiz y mientras se desvestía anotó exactamente los lugares donde guardaba su ropa. A la mañana siguiente, muy satisfecho de sí mismo, tomó el pedacito de papel y leyó: gorro: allí estaba, se lo puso, ropa interior, allí estaba y se la puso también, y así continúo hasta que termino de vestirse. Todo está muy bien, pero ahora, ¿Donde estoy yo mismo ?, se preguntó con gran consternación. ¿Donde estoy? Buscó y buscó, pero la búsqueda fue en vano. No pudo encontrarse a si mismo y lo mismo nos pasa a todos.


Imagen
         Sobre este tema había dicho una vez el Rabí Zusha de Hanipol: cuando acceda al mundo venidero, no temo que me pregunten porque no he alcanzado el nivel de nuestro patriarca Abraham. No soy Abraham, no estoy en su nivel ni he sido dotado de sus talentos y habilidades. Lo que si temo es que me pregunten por que no he sido Zusha. ¿ Por que no he sido yo mismo?, ¿Por que no he desarrollado todo mi potencial tal como se esperaba de mi?. ¿Por qué no he explotado al máximo todas las aptitudes que me fueran conferidas ? Nadie te exige ser lo que no eres. Cada uno es diferente. Cada uno tiene su propio carácter y virtudes que hacen de cada uno de nosotros las persona especial que cada uno es.

       Este cuento jasídico provoca una gran reflexión en Martín Buber quien señala que por mas pequeños que sean nuestras realizaciones, comparadas con las de nuestros antecesores, tienen un valor real en la medida en que las llevamos a cabo de un modo auténtico con un esfuerzo personal. El Baal Shem Tov, Israel Ben Eliezer ( 1700 – 1760), según Buber, sostenía que todo hombre debe comportarse de acuerdo a su escala de valores. Todo ser tiene en su esencia algo valioso, que a ningún otro pertenece, como dice el pasaje bíblico: aquello que vuestras manos encuentren para hacer, hacedlo con todas vuestras fuerzas.


Imagen
Citando al Rabino Bunam expresa: nuestros sabios dicen buscad la paz en vuestro propio lugar. No podeis encontrar la paz en ningún otro lugar que en vuestro propio ser. Cuando un hombre ha hecho la paz consigo mismo, está capacitado para hacer la paz con el resto del mundo. Hay algo que sólo se puede encontrar en un lugar, es el gran tesoro denominado la realización de la existencia. El lugar donde este tesoro se encuentra, es donde nos encontramos.
 

Imagen



Juzgamiento y comprensión, una mirada arendtiana.

Coincidiendo con Platón, Kant afirma que pensar es dialogar en silencio con uno mismo (das Reden mit sich selbest). Es una” actividad solitaria” como observó Hegel. Pensar por uno mismo (Selbstdenken) es la máxima de una razón nunca pasiva.


La contemplación es una actividad solitaria o por lo menos puede desarrollarse en solitud (solitude). Arendt distingue entre solitude y soledad (loneliness). La solitude es aquella situación en la que uno se hace compañía a sí mismo. La soledad (loneliness) aparece cuando estoy solo sin poder separarme en dos ni hacerme compañía a mí mismo. Como solía decir Jaspers, “me falto a mi mismo” (Ich bleibe mir aus) o por expresarlo de otro modo, cuando soy uno y sin compañía.
El pensar hablando desde el punto de vista existencial, es una empresa solitaria (solitary) pero no aislada (lonely). Kant destaca que al menos una de nuestras facultades mentales, la facultad de juzgar, presupone la presencia de los otros. En materia de gusto nunca juzgo sólo por mí mismo, pues el acto de juzgar implica siempre el compromiso de comunicar mi juicio, es decir, se emite con la intención de persuadir a los otros de su validez.
Existe un pensamiento a priori que es el modo de representación de los demás para atener su juicio, por decirlo así, a la razón total humana. Esto se realiza comparando su juicio con otros juicios no tanto reales, como más bien posibles, y poniéndonos en el lugar de otro, haciendo abstracción de las limitaciones que dependen casualmente de nuestro propio criterio. Las máximas de sensus communis son pensar por uno mismo (la máxima de la Ilustración). Situarse con el pensamiento en el lugar del otro, que es la máxima de la mentalidad amplia. Por último, la máxima del pensamiento consecuente es estar de acuerdo con uno mismo (mit sich selbest Einstimmung denken).
La heteronomía de la razón, se llama prejuicio. Esto es, aceptar de manera pasiva el pensamiento de otros cuyos “ punto de vista” (es decir, el lugar en el que se encuentran, las condiciones a las que están sujetos, siempre diferentes en cada individuo, en cada clase o grupo) no son los míos.

Comprensión.

Para Ronald Beiner, los temas y problemas que aborda Arendt en las reflexiones sobre el juicio aparecen por primera vez en su ensayo “Comprensión y Política”, publicado en 1953 en Partisan Review. La comprensión, para Arendt, es una actividad sin fin por la que aceptamos la realidad, nos reconciliamos con ella, es decir, tratamos de sentirnos en armonía con el mundo. Sólo la imaginación nos permite ver las cosas con su verdadero aspecto, poner aquello que está demasiado cerca a una determinada distancia, de tal forma que podamos verlo y comprenderlo sin parcialidad ni prejuicio, colmar el abismo que nos separa de aquello que está demasiado lejos y verlo como si nos fuera familiar. Esta distanciación de algunas cosas, y este tender puentes hacia otras, forma parte del diálogo establecido por la comprensión con ellas. Para Beiner, el juicio humano tiende a ser trágico. Se enfrenta sin cesar a una realidad que no puede dominar del todo y con la que, sin embargo, debe reconciliarse. La función política del narrador- historiador o novelistas- es enseñar la aceptación de las cosas tal como son. De esta aceptación, que también puede llamarse veracidad, nace la aptitud de juzgar de manera acertada.

Pensamiento crítico.
Existe una manera de pensar, y ello es de manera crítica respecto a las doctrinas y conceptos recibidos. Crítica es limitación y purificación para Kant. Es precisamente el aplicar las normas críticas al propio pensamiento. Enseña Arendt (Conferencias sobre la filosofía política de Kant) que Sócrates no enseñó nada. El filósofo griego, no conocía nunca las respuestas a las preguntas que planteaba. El interrogaba por amor a la interrogación misma, no por amor al saber. Si hubiese sabido qué era el valor, la justicia, la piedad, etc., no habría experimentado la necesidad de someterlos a interrogación, es decir a pensar en ellos. La singularidad de Sócrates reside en que centra su atención en el pensamiento mismo, sin preocuparse de los resultados; su empresa no tiene motivos o propósitos ulteriores; todo lo que tiene que decir es que una vida no examinada es una vida que no es digna de ser vivida. De hecho, su actividad consistió en hacer público, en la conversación, el proceso del pensamiento, el diálogo que silenciosamente se desarrolla en mí, yo conmigo mismo. La acusación en el proceso de Sócrates- introducir nuevos dioses en la ciudad- era un cargo infundado; Sócrates no enseño nada, y menos aún nuevos dioses. Pero la otra imputación- corromper a la juventud- no carecía de fundamento. Lo molesto de los defensores del pensamiento crítico es, como señala Lessing, que hacen temblar los pilares de las verdades más conocidas donde quiera que ellos posan su mirada.

Imagen





Para Primo Levi (Los Hundidos y los Salvados, 1986) los campos de exterminio nazis no han sido “uno” de los acontecimientos, sino “el acontecimiento monstruoso”, tal vez irrepetible de la historia humana y por ello es que no debemos perdonar, como tampoco a sus imitadores en Argelia, Vietnam, la Unión Soviética, Chile, Argentina, Camboya o Africa del Sur, porque no sé de ningún acto humano que pueda borrar una culpa.


Imré Kertész, premio Nobel de literatura 2002 y sobreviviente de la Shoá, ( Un instante de silencio en el paredón, 1998) manifiesta que Auschwitz es, después de la cruz, el acontecimiento más importante de la historia del hombre. Según su experiencia, los oficios fúnebres formales, las ceremonias de la memoria pública que se repiten maquinalmente más parecen servir al olvido institucionalizado que al recuerdo catártico.
Jean François Lyotard ( Los Judíos, 1988 ) explica que la memoria colectiva es un instrumento legitimador de lo existente y es por ello selectiva. Elige recordar lo que legitima, en la precariedad de establecido que es el pasado restablecido. Representar Auschwitz en imágenes, en palabras, es una manera de olvidarlo. Se lo utiliza como recurso en los actos sobre Derechos Humanos, se grita “¡nunca más!” y ya está, a otra cosa…
Phillipe Lacoue-Labarthe, citado por Lyotard, dice que D-os murió en Auschwitz. En todo caso el d-os de Occidente greco-cristiano. No es por ninguna suerte de azar que aquellos a quienes se quería aniquilar fueran los testigos, en este occidente, de ese otro origen de d-os. En efecto, no es por azar que los judíos fueron el objeto de la solución final. Ellos obstaculizan todo programa de dominio y también todo proyecto de autenticidad. Matando a d-os y a sus testigos, el nazismo se habría situado más allá del bien y del mal.
El sociólogo judeo polaco, Zygmunt Bauman (Modernidad y Holocausto, 1989) reflexiona: El significado actual del Holocausto es una lección para toda la humanidad que fue la gran derrotada. Los libros sobre el Holocausto se reseñan en las secciones dedicadas a los temas judíos. La incidencia de esta costumbre viene apuntalada por el vehemente rechazo del establishment a todo intento, por tímido, que sea de “expropiar” la injusticia que estos y sólo estos padecieron. El Estado judío, por otro lado, intenta utilizar los recuerdos trágicos como certificado de su legitimidad política, como salvoconducto para todas sus acciones políticas pasadas y futuras y, sobre todo, como pago por adelantado de todas las injusticias que pudiera cometer.
Importa que la gran pregunta histórica y social…¿Cómo pudo suceder?…conserve todo su peso, toda su espantosa desnudez, todo su horror.
Hoy más que nunca, dice Bauman, el Holocausto ha dejado de ser una propiedad privada, caso de que lo fuera alguna vez. No es de los que lo perpetraron, para que sean castigados, ni de sus víctimas directas, para que pidan favores, simpatía o indulgencia especiales a cuenta de los sufrimientos pasados, y tampoco de los testigos, para que busquen el perdón o certificados de inocencia.

Centrarse en la alemanidad del crimen, dice el sociólogo, considerándola como el aspecto en el que radica la explicación de lo sucedido es también un ejercicio que exonera a todos los demás y, especialmente, todo lo demás. Suponer que los autores del Holocausto fueron una herida o una enfermedad de nuestra civilización y no uno de sus productos, genuino aunque terrorífico, trae consigo no sólo el consuelo moral de la autoexculpación sino también la amenaza del desarme moral y político. Todo sucedió allí, en otro tiempo, en otro país. Cuanto más culpables sean “ellos”·, más a salvo estará el resto de “nosotros”.
La experiencia del Holocausto, concluye, contiene información fundamental sobre la sociedad a la que pertenecemos. La civilización moderna no fue la condición suficiente del Holocausto, pero sí fue, con seguridad, su condición necesaria.
( Publicado en Identidad Uruguay, marzo de 2015)


Imagen
Dice Primo Levi que cambiar los códigos morales es siempre costoso. Los heréticos lo saben, también los apóstatas y los disidentes.Ya no somos capaces de juzgar el comportamiento nuestro ( o el ajeno) que tuvimos entonces, bajo los códigos de entonces, basándonos en el código actual.
El Lager ( campo de concentración) fue una Universidad que le enseño a este italiano bueno a mirar y a medir a los hombres. Los dividió en categorías que no solo se aplicaba a tan insensata realidad.
Estaban los hombres de fe: “no sólo en los momentos cruciales de las selecciones o de los bombardeos aéreos, sino también en el suplicio de la vida diaria, los creyentes viven mejor. No tiene ninguna importancia cuál fuese su credo religioso o político. Tienen una clave y un punto de apoyo, un mañana milenario por el que podía tener sentido sacrificarse, un lugar en el cielo o la tierra en el que la justicia o la misericordia habían vencido o vencerían en un porvenir no muy lejano, llámese Moscú, Jerusalén celeste o terrenal. Su hambre era distinta de la nuestra, era un castigo divino, o una expiación, una ofrenda voluntaria o el fruto de la podredumbre capitalista. El dolor, en ellos o en torno de ellos, era descifrable, y por eso no bordaba la desesperación”. El no se encontraba entre ellos.
En el Lager estaba también el “Musulmán” ( por las vendas en la cabeza a causa de sus padecimientos o por su destino fatal irremediable). Se trata de aquél prisionero exhausto, extenuado, próximo a la muerte.
En definitiva había en el Lager dos categorías los salvados y los hundidos. Esta división es mucho menos evidente en la vida común. En esta no sucede con frecuencia que un hombre se pierda, porque no está solo, porque es excepcional que un hombre crezca en poder sin limites o descienda continuamente de derrota en derrota hasta la ruina, pero en el Lager uno estaba ferozmente solo. En esas circunstancias, el dedicar la totalidad de las preocupaciones a la satisfacción de las necesidades básicas de la vida fueron la mejor defensa contra la muerte, no sólo en el Lager. Esos fueron la mayoría de los salvados. Estos hombres básicos se libraban del esfuerzo inútil de tratar de comprender la realidad del campo de concentración,. De todas maneras, la lógica y la moral impedían aceptar una realidad ilógica e inmoral. De ello resultaba una aceptación de la misma evitando de esa manera lo que hubiese llevado al hombre culto a la desesperación. Sin embargo las variedades del animal hombre son innumerables y el italiano vio hombres de cultura refinada, especialmente jóvenes, deshacerse de ella, empequeñecerse, barbarizarse y sobrevivir. El hombre sencillo se salvó porque estaba acostumbrado a no hacerse preguntas. Estaba a salvo del inútil tormento de preguntarse por qué…
Primo Levi, no obstante no se hallaba dentro de esas dos categorías. No era básico y no era creyente. Había estado en el Lager casi un año y había acumulado una buena dosis de experiencia, pero también había asimilado bien la regla principal de que de aquel lugar, uno tenía que ocuparse de uno mismo antes que de nadie.
Pero un día se cuestionó de estar vivo en el lugar de otro y sobre todo de hombres más generosos, más sensibles, más sabios, más útiles, más dignos de vivir que él.
¿ Está justificada o no la vergüenza del después? ¿ Te avergüenzas de estar vivo en el lugar de otro. Y sobre todo, de hombres más generosos, más sensible, más sabios, más útiles, más dignos de vivir que tú?
“Se trata sólo de una suposición, de la sombra de una sospecha: de que todos seamos el Caín de nuestros hermanos, de que todos nosotros ( y esta vez digo ” nosotros” en un sentido muy amplio, incluso universal) hayamos suplantado a nuestro prójimo y estemos viviendo su vida. Es una suposición, pero remuerde, está profundamente anidada, como la carcoma, que por fuera no se ve, pero roe y taladra” . Los salvados de Auschwitz no eran los mejores, los predestinados al bien, los portadores de un mensaje. Cuanto yo había visto y vivido me demostraba lo contrario. Preferentemente sobrevivían los peores, los egoístas, los violentos, los insensibles, los colaboradores, los espías. No es una regla segura. No hay en las cosas humanas reglas seguras… Murió Chaim, el relojero de Cracovia, judío piadoso, que, a despecho de las dificultades de la lengua, se había esforzado por entenderme y hacerse entender. Murió Szabó, el taciturno campesino húngaro que medía dos metros y por ello tenía mas hambre que nadie y que, sin embargo, mientras tuvo fuerzas, nunca dudó en ayudar a los compañeros más débiles a tener fuerza y empujar… Yo me sentía inocente, pero enrolado entre los salvados, y por lo mismo en busca permanente de una justificación ante mí y ante los demás. Sobrevivían los peores, es decir los más aptos, los mejores han muerto todos”.

A su vuelta del campo de concentración, Primo Levi fue visitado por un amigo religioso. Estaba contento de encontrarlo vivo y sustancialmente indemne, seguramente maduro y fortificado, y ciertamente enriquecido. Le dijo que su sobrevivencia no podía ser obra del azar, de una acumulación de circunstancias afortunadas ( como él pensaba), sino de la Providencia. Su religioso amigo le dijo entonces que había sobrevivido para dar testimonio.

Primo Levi le contestó: “Lo he hecho lo mejor que he podido y no habría podido dejar de hacerlo; y lo sigo haciendo, pero pensar que este testimonio mío haya podido concederme por sí solo el privilegio de sobrevivir y de vivir durante muchos años sin graves problemas, me inquieta, porque encuentro desproporcionado el resultado en relación al privilegio”.
Cuarenta y dos años después de Auschwitz, el italiano bueno, tomó una decisión que ni la providencia o la acumulación de circunstancias afortunadas había decidido para él: colocarse en el lugar de los hundidos, por ello, aparentemente, se quitó la vida.
( Publicado en Mensuario Identidad, Montevideo, Uruguay ).

Con tecnología de Crea tu propio sitio web con las plantillas personalizables.